El escritor Gustave Flaubert, quien falleció hace 140 años, el 8 de mayo de 1880 en Ruan, Francia, se propuso crear una literatura que fuera simplemente literatura, sin la intervención de las ideas, pensamientos u opiniones del escritor; que la ficción fluyera como tal, aunque estuviera sustentada en el entorno de quien escribe novela o cuentos. A partir de esta premisa, creó el movimiento conocido como Realismo, en oposición hasta en el lenguaje a lo que consideraba los excesos del Romanticismo.
Se trata de una de las glorias de la literatura universal, de cuyo universo creativo sus obras más conocidas son Madame Bovary (1856), La educación sentimental (1869), Salambó (1862) y Tres cuentos (1877). En sí, publicó poco porque una de sus características era dedicar mucho tiempo a cada uno de sus textos; escribía con una gran paciencia y corregía sin descanso. Era un perfeccionista que mantuvo como principio rector encontrar la palabra justa en cada momento. Su musa era el trabajo diario y la búsqueda de la perfección por medio de la razón, nada más.
No se cansaba de buscar le mot juste, alcanzar el más preciado de los trofeos de un escritor de excelencia: el estilo, en el que convergen elementos como el lenguaje, el ritmo, la estructura o el punto de vista narrativo, es decir el personaje omnisciente que está en todas partes y en ninguna, que no es otro que el narrador, pero depurado de sus ideas, filias y fobias, para que entonces el resultado sea literatura pura.
Este ideal de la perfección, del buen gusto, del preciosismo, coincidía con sus ideas políticas. Flaubert era contrario a lo vulgar, que no encontraba solamente en otras literaturas sino en la misma vida de su época. Se oponía, por ejemplo, a la burguesía porque, a pesar de sus abundantes recursos, no tenían buenos gustos en ningún sentido. Tampoco veía bien el derecho de todos al voto y veía con temor el crecimiento de la clase obrera, por los mismos motivos: la falta de educación y, como consecuencia, de criterio de elección.
Por su convicción literaria, para Flaubert cada novela, cada cuento, era una vida que se sostenía por sí misma; cada historia habitaba en un universo propio, y dentro de ellas los personajes corrían la misma suerte, eran singulares, únicos, seres que debían vivir su vida, tener sus aventuras, sufrir las consecuencias de su pasado, su presente y la búsqueda de su futuro. En ese sentido, el escritor no debía intervenir por ellos, como tampoco parecerles agradables o despreciables; eran tal como son.
Para sostener esta verdad, el creador del Realismo –diferente del Naturalismo que en sus días defendieron sus coterráneos Émile Zola u Honoré de Balzac, pues no se proponía explicar a la sociedad sino describir con palabras los acontecimientos, manteniéndose neutro ante ellos– dedicó mucho tiempo a la observación y a la descripción narrativa de lo que veía a su alrededor: caracteres de las personas, sus formas de vestir, maneras en que se expresaban, gestos corporales, etcétera. Siempre encontrando las palabras justas para cada uno, pues buscaba no repetirse, por eso tardaba tanto en publicar.
Su obra más encumbrada es Madame Bovary, novela que los expertos han declarado como el inicio de la literatura moderna y que narra la historia de Emma Bovary, mujer inconforme con su vida –su tiempo y su espacio–, con lo que le da su esposo, Charles Bovary, por lo que busca llenarlo, hacerlo perfecto, con sueños y aventuras que la saquen del tedio diario. Así, mantiene relaciones amorosas con Léon Dupuis y Rodolphe Boulanger, pero finalmente los hechos la alcanzan y ella decide suicidarse, lo que provoca posteriormente la muerte de su marido.
Así, un hecho que fue real, un drama de la vida diaria sirve al escritor para hacer una obra literaria, deteniéndose en las descripciones de las cosas comunes y los detalles. Sin embargo, hay que apuntar, al mismo tiempo –como han encontrado los estudiosos– el escritor trasladó su disgusto con la época que le tocó vivir, la del crecimiento de la burguesía y la clase trabajadora con sus malos modales, así como una crítica a las novelas románticas y sus excesos sentimentalistas.
No obstante, cabe aclarar, Flaubert no era del todo un gruñón ni un ermitaño, era una buena compañía y realizó frecuentes viajes acompañados de amigos, periplos que le sirvieron para sus incansables observaciones y descripciones de lugares y personas. También mantuvo una prolija correspondencia con autores de su época, en particular con la escritora Georges Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant), por quien lloró tras su muerte. Otra de sus grandes amistades fue Guy de Maupassant, considerado su discípulo.
De su vida sentimental, aunque nunca se casó y, por lo tanto, no tuvo descendencia, se le conocen al menos dos grandes romances, o por lo menos amores platónicos. Uno con Louise Colet y otro con Elisa Schlésinger. Flaubert vivió la mayor parte de su vida en Ruan, donde nació el 12 de diciembre de 1821, y sus últimos años los pasó en la finca que su padre había comprado en esa población normanda, en donde se enclaustraba a la hora de leer, responder correspondencia y escribir. Fue ahí donde murió el 8 de mayo de 1880.(NTX)

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