Corría el año de 1726 cuando el escritor irlandés Jonathan Swift publicó su obra más popular, Los viajes de Gulliver, que ha pasado a la posteridad como un clásico de aventuras cuando en realidad es mucho más que eso, una obra maestra de la satírica que definió el estilo de este autor, a quien algunos consideran un luchador apasionado y otros un enemigo furibundo de los nuevos tiempos: los del dinero y la burguesía.
Lo cierto es que, al correr de los siglos se ha valorado como una obra maestra que evidencia con sarcasmo y ácido humor negro la realidad social y política de su época. Y es que, para él, la sátira imaginativa y pesimista que convirtió en éxito de literatura infantil, sólo era “una suerte de espejo en el que los que observan generalmente descubren los rostros de todos menos el propio, principal razón por la cual es bien recibida en el mundo y tan pocos se ofenden ante ella”.
Enigmática, ocurrente, fabulosa y sagazmente divertida son algunos de los adjetivos que ha merecido esta enigmática novela, cuya historia se desarrolla en medio de sin fin de escenarios satíricos, donde el autor parece jugar con los personajes y las realidades políticas y sociales de los mundos que crea para hablar de las relaciones sociales de la época, de manera austera, directa pero muy certera, y ciertamente hilarante.
Los viajes de Gulliver desvela a Swift como un eficaz creador de ficciones, uno de los más grandes prosistas que ha dado la lengua inglesa, destacan los estudiosos, quienes lo han llegado a considerar “antecesor directo de autores de la familia Huxley, Bernard Show y George Orwell”.
“La fantasía de 1984 o de Animal Farm no difiere demasiado de la de Los viajes de Gulliver, pero me parece que las ficciones de Swift son más sutiles, misteriosos y sorprendentes. Se podría decir que es el escritor de lengua inglesa más cercano a Franz Kafka, a pesar de las enormes diferencias. Así como Joyce, pariente literario suyo, lo es a Rabelais”, afirmó alguna vez el escritor y crítico literario Jorge Edwards, en un ensayo publicado en la revista mexicana Letras Libres.
De hecho, se dice que Swift vivió en la llamada “edad augusta de las letras inglesas” y que fue uno de los que la cimentaron junto con John Locke, Samuel Pepys, Daniel Defoe, Edward Young, Alexander Pope, Samuel Richardson, Henry Fielding, Horace Walpole y William Collins.
Pero quién era Jonathan Swift, un chico pobre nacido el 30 de noviembre de 1667, huérfano de padre y con una madre empeñosa que vio como ofrecerle educación en un colegio privado antes del prestigiado Trinity College de la Universidad de Dublín, donde fue menospreciado por sus compañeros, e incluso por la institución, que agregó a su título de Bachiller en Artes la leyenda de “por gracia especial”.
De acuerdo con sus biógrafos, en 1688, cuando estalló la guerra entre gaélicos y británicos, él y su madre partieron a Londres y fue su tío el escritor William Temple quien lo recibió en su casa de Leicester y lo contrató como secretario, lo que le permitió horas leyendo en la biblioteca de su anfitrión, hasta que en 1694 deja ese empleo para ingresar a la iglesia, ordenándose prebendado de Kliroot, cerca de Belfast.
Pero volvió a ser llamado por el tío para que le ayudara a preparar sus memorias, estancia que le permite escribir sus primeras obras, entre ellas La batalla de los libros e Historia de una bañera, considerados panfletos satíricos que se publicaron en 1704; luego de la muerte de su tío regresó a Irlanda, donde al parecer se casó con su antigua discípula Esther Johnson, a quien en adelanta llama Stella, y a quien escribió 65 cartas entre 1710-1713, que quedaron plasmadas en The journal to Stella y un poco después Carta de aviso a un joven poeta (1721).
En 1726 publicó de manera anónima la que sería su obra maestra, la novela Viajes a varios lugares remotos del planeta, que se popularizaría como Los viajes de Gulliver, cuya edición definitiva se hizo en 1735, pero que se sabe que fue escrita alrededor de 1720, y sería después en el siglo XIX que el libro pasa de ser una feroz sátira a una narración que leían los niños ingleses de 12 años, un material de iniciación del niño a la crítica social.
Para 1728, año en que murió Stella, Swift cayó en una profunda depresión que lo fue minando, al grado de pasar hasta 10 horas diarias hablando sólo mientras deambulaba por Dublín hasta llegar a una certeza que nadie le rebatió: Estaba loco.
Sobre su influencia en la literatura inglesa se aprecia en grandes escritores como Tobías Smollett (2721-1771), George Borrow (1803-1881), Joseph Belloc (1870-1953) y el mismísimo George Orwell (1903-1950). Wiliam Thackeray llegó a decir: “Tenemos muchos grandes hombres que recordar, pero ninguno, creo, tan grande y tan sombrío”.
Swift, quien también dejó obras como La conducta de los aliados (1711), El cuento del tonel (1713) y A Modest Proposal (1729), murió el 19 de octubre de 1745, dejando todos sus bienes para la construcción de un manicomio. Fue enterrado, por disposición propia, en la catedral de San Patricio al lado de Stella.
“Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad”, reza su epitafio.
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